Con motivo de las recientes encarcelaciones de líderes catalanes, de Puigdemont en particular y de la huida de otros, seguimos en un déjà vu eterno.
No voy a insistir en la torpeza generalizada que ya relaté en otro artículo anterior, pero sí en la terquedad o enrocamiento de líderes políticos catalanistas y en la desidia y parálisis del gobierno de M. Rajoy. Todos ellos, cadáveres políticos. Unos negándose a reconocer lo obvio, que las aventuras conllevan costes y responsabilidades que deben asumirse y los otros judicializando la política y politizando la judicatura.
En resumen, el haber llegado a esta situación es una corresponsabilidad, pero seguir así es una irresponsabilidad política y social.
No sé ni cuál es la mejor solución ni si acabará este desgraciado y cíclico episodio, pero lo que sí queda claro es que no está en las manos de dichos políticos. Aunque sí hay un último servicio que todos ellos nos pueden hacer. De una parte, asumir de forma colectiva (ya que nadie quiere de forma unipersonal) el engaño y fraude social cometido y de la otra, puesto que ni están ni se les espera, irse, pues lo único que transmiten es la no necesidad de un gobierno (por inútil e incluso contraproducente) y el cuestionamiento institucional generalizado por su mala praxis y utilización interesada y torticera de las mismas.