Recientemente aparecieron en su domicilio de El Ferrol dos ancianos muertos: él, militar retirado, exhausto, muerto en el frente. Ella peluquera, enferma de alzhéimer (está, pero no es); incapaz y muerta por inanición.
Las circunstancias le obligaron, al final de su vida, a cambiar de profesión: de empuñar un arma a sostener un orinal; de ostentar uniforme caqui a vestir bata blanca; de matar, a morir por su compañera. Sólo, y mermado de fuerzas, ante un monstruo enorme y despiadado.
Triste y terrible suceso. Manifiesta, una vez más, la escasa o nula atención socio-sanitaria que se ofrece en Galiza al colectivo de la tercera edad: las residencias y centros de día son escasos o inexistententes.
Padecer esta enfermedad obliga a los allegados a realizar un curso acelerado de enfermería con especialidad en geriatría, cuidados paliativos, técnicas de manipulación, etc.
En la mayoría de los casos, el enfermero emergente no se encuentra en las mejores condiciones físicas, a lo sumo, en la fase previa a los achaques típicos de la edad y con ciertos rescoldos del vigor juvenil.
En definitiva, este luctuoso caso debería servir como punto de inflexión en la atención tanto de los ancianos como de los afectados por el mal de alzhéimer. Espero que los nuevos tengan aprendida la lección.
Tremendo, esto sucede en el mundo «civilizado».¿Son estos los valores de los que no nos vamos a apear, según Toni Blair?.