Tras el reciente debate de investidura del que los medios de comunicación han dado buena cuenta, me centraré en la persistente actitud del candidato a la presidencia del gobierno: aburrido, indolente, pues es conocedor de su destino: el ingreso en la Santa Compaña.
Es un futuro cadáver político, un cuerpo corrupto, gangrenado y que exhala un hedor nauseabundo antes de su transformación en jarrón chino.
Como apunte adicional, el partido que dirige, adolece de similares males, se demostrará en los juzgados durante los próximos meses, y deberá recurrir a dos prácticas terapéuticas incómodas para su regeneración: amputaciones y enemas.
¿Piensa este moribundo Rajoy Brey que los votos conseguidos por su partido son mérito personal por recorrer la geografía española con labia y por sus actuaciones al frente del gobierno?, cuando la realidad CIS manifiesta que a pesar de ser el partido más votado, el muerto viviente es el líder político peor valorado en todas las encuestas.
Es de casta política agonizante recurrir al patriotismo y arroparse en la bandera cuando no dispone de otro argumentario dada su baja credibilidad, conseguida con empeño: falsedad demostrada con sus engaños y mentiras y cambios de opinión en horas.
Si de verdad está convencido de lo que dice: es un patriota, y aplicando la coherencia de la que hace gala, lo que debe hacer, por el bien de su país, es morirse y dejar de ser el tapón. En román peperino:
¡Váyase Señor Rajoy!, ¡huele mal hasta la bandera!