Persépolis, un complejo palaciego construido durante el reinado de Darío I el Grande, esplendor de los persas, me sirve como analogía de una ciudad gallega, su capital, tanto por su referente cultural como político.
En un artículo anterior anticipé la sorpresa que estaba por venir, la jeta de Fraga para la próxima campaña electoral. Por fin se desveló el misterio. Apareció el famoso cartel electoral con la fotografía del político gallego.
Artículos y comentarios sobre el tema hay un montón. Véanse, como ejemplo, el aparecido en el periódico El Mundo el pasado día ocho de mayo y el del diario 20 minutos del día diez, también de mayo.
En el último de dichos artículos, afirma Fraga, que no tiene arrugas en la cara. Conclusión, necesita gafas o que le operen de las cataratas. Asevera también, que está en buena forma. Sólo recordarle que lleva marcapasos, tiene serios problemas en la cadera y que ha tenido varios desvanecimientos. No voy a negar que como octogenario se conserva bien, pero los he visto en mejor estado.
No voy a entrar en la polémica de si la foto fue retocada, o no; o si el fotógrafo era excelente, o no. En ambos casos se concluye que ha sido una operación de maquillaje (informático o fotográfico). No refleja el estado actual de la cara del patriarca del Partido Popular.
Le quiero sugerir que, en lugar de recurrir a un exceso de luz, podía haberse sumergido en chapapote del Prestige. Demostraría al igual que en Palomares, el origen de su lozanía y la confianza en sus propias palabras.
Ese Fraga atómico e inflamable, bañado en soluciones salinas radiactivas y en lodos del Prestige, confirmaría la existencia del anhelado elixir, y, sobre todo, de la ciudad de la eterna juventud: Tersépolis.