12 Recibimiento triunfal

Recibimiento triunfal

La llegada a Alpedrid de nuestros espingorcios parecía que iba a ser algo triunfal, aunque con un triunfo un tanto desconcertante para ellos mismos. El tracatoste atravesaba certeramente las arterias principales de la ciudad que los espingorcios conocían bien. Las gentes volvían la vista al paso del tracatoste y hacían señales de comprender de qué se trataba.

Al aproximarse al Hotel Pfiff, uno de los más importantes y lujosos de la gran urbe, la masa de espingorcios se espesaba y comenzaba a hacer más dificultoso el avance del tracatoste. Los últimos cien metros los hizo el tracatoste al paso, rodeado por los cuatro costados por una enorme nube de espingorcios y espingorcias de todas las edades.

-¡Remoñobrón! -murmuraba emocionado el bajo y rechoncho- ¿y cómo se habrán enterado de nuestra llegada?

El moreno y rubio, por su parte, comentaba:

-Lo que a mí más me extraña es este entusiasmo por nuestra expedición ciertífica. Cuando salimos de aquí, a duras penas conseguimos que nos regalaran los mochilones. Mucho han debido de cambiar las cosas, ciertamente.

El cuadrado y fuerte andaba un poco más escéptico:

-Pronto saldremos de dudas. No se les entiende ni pito de lo que gritan, pero no parece sonar ninguno de nuestros nombres en ese vocerío.

Paró por fin el tracatoste ante la entrada del Hotel Pfiff. Las puertas del tracatoste se abrieron automáticamente. Una fila de entusiastas espingorcios, bien trajeados, a todas luces la gente importante del Alpedrid de ahora, se agolpaba ante el tracatoste. Una pancarta empezó a iluminar la mente del cuadrado y fuerte, y a confirmar sus sospechas:

ALPEDRID Y SU AYUNTAMIENTO SALUDAN A
MEYER Y STEIN, GENIOS DEL SIGLO

El bajo y rechoncho empezó a susurrar:

-Pero si ninguno de nosotros se llama Stein ni Meyer… -cuando se interrumpió al ver que todas las miradas se dirigían al primer piso del casetón, del que comenzaban a salir dos tipos extraños vestidos con toda la parafernalia de los jugadores de bastúrbol que habían tenido ocasión de observar en Globulandia.

Caminando con dificultad, se acercaron al espingorcio que parecía más importante de los de debajo del cartelón del Ayuntamiento. Este espingorcio, que se parecía extrañamente en su aire y sus ademanes al alcalde de Globulandia, esperó a que la nube de fotógrafos con sus cajitas negras hubieran saciado su interés y, luego, a que la multitud se desfogase y se cansase de gritar, para empezar su breve discurso:

-¡Alpedrileños! Es un honor para Alpedrid y para el Ayuntamiento que presido recibir por fin a los genios del bastúrbol Stein y Meyer, Meyer y Stein, en esta ciudad, que tantos esfuerzos ha hecho para lograr que tales estrellas del deporte puedan incorporarse al casi naciente club basturbolísticó alpedrileño. La ciudad de Alpedrid espera que, a partir de ahora, con tales refuerzos en su club, el honor de su pabellón quedará siempre sin mancha en todas sus luchas contra todos los equipos basturbolísticos del país. Cedo la palabra al ministro de Deporte, Curtura y Educación, cuyo Departamento ha contribuido generosamente con trescientos pillones de espinguetas para hacer posible la incorporación de Stein y Meyer en la curtura de nuestro país.

Se acercó el ministro al altagritos. Al cuadrado y fuerte, que aún no se había movido del casetón, le pareció reconocer a un antiguo compañero de estudios, que sobresalía entonces por lo fuerte que solía apretar la tiza contra el pizarrón…;

-¡¡¡Remoñobrón!!! ¡Si es Estultizano!-dijo con asombro.

Para entonces ya había comenzado a sacar el ministro una cuartilla de su levitorcio. Con gran concentración, comenzó a leer:

-¡Queridos hinchas del ciclitorcio! Este Departamento que presido…

La risotada general le hizo darse cuenta. Rebuscó en su levitorcio, con sonrisa de conejo, sacó otra cuartilla y dijo:

-Perdón, era el discurso de ayer…

Luego, continuó así:

-¡Queridos hinchas del bastúrbol! Este Departamento que presido tiene especial empeño por promocionar vuestro noble deporte. ¡Qué sería de nuestro país sin la brillantez de nuestro bastúrbol, tan reciente y tan potente, gracias a las fuertes inversiones fomentadas por este Ministerio del Deporte, Curtura y Educación que presido! Con verdad podemos decir que si Espingorña es conocida en el mundo y se habla de ella en la prensa extranjera es por nuestra democrobacia recién implantada y por la fortaleza aplastante de nuestro bastúrbol. Puedo aseguramos que desde este Ministerio nuestro empeño será dirigido a que esta situación se consolide plenamente. Steier y Mein pueden estar seguros de que pronto, muy pronto, este equipo de Alpedrid podrá contar con unos cuantos basturboleros más de su propia nacionalidad en cuanto podamos firmar el acuerdo internacional de intercambio de basturboleros gromanos por algunos de nuestros orcomólogos. Así estarán más felices y de su felicidad depende nuestro bastúrbol, y de nuestro bastúrbol, la felicidad de todo nuestro país. Sean bienvenidos Steier y Mein.

No les importaba nada a los hinchas si era Stein y Meyer o Steier y Mein. A la vista de aquellos músculos que tanto, tanto representaban para ellos, se pusieron a vociferar con histérico entusiasmo: -¡Que hablen, que hablen, que hablen … !

Se acercó uno de ellos al altagritos, nadie sabía si era Stein o si era Meyer, pues bajo el cascote aquel los dos eran

iguales, y dijo:

-¡Hinchados de Alpédrid! Es placer para dos nosotros llegar excrementar equipo de Alpédrid. Nosotros poner toda fuerza por que este excremento sea vuestro gusto.

Algunos espingorcios tomaron muy a mal aquello del excremento. Otros excusaban los excrementos diciendo:

Con tal de que metan goles con los que logremos aplastar al. Tracalona, ya pueden excrementar todo

lo que quieran.

Stein, o Meyer, terminó por fin:

¡Hinchados de Alpédrid! ¡Seguid hinchados siempre de nosotros!

Aquella multitud de espingorcios se enardeció más aún. Gritaban y gritaban enarbolando banderolas y lan

zando al air

e rosquillones de bas

túrbol. Nuestros espingorcios se habían quedado un tanto desinflados. El cuadrado y fuerte se acercó tímidamente a Estultizano y se presentó. En la mente del ministro debió de aparecer un recuerdo de sus tristes días de escuela. Sí, se acordaba… ¿Y qué hacía allí?… Bueno, el Minister

io les alojaría unos días en algún hotelillo a los cuatro. Les organizaría una sesión en la Casa de los Sab

ios para que informaran allá sobre sus experiencias…

El ministro se iba aburriendo ya de aquello. Tenía otra

reunión en el club de tracatosteros. Iba a llegar tarde…

Y, así, nuestros espingorcios fueron conducidos sin pena ni gloria a la Pensión Craterol, dondepudieron descansar, meditar y esperar …