15 En la casa de los sabios

En la casa de los sabios

Por fin llegó el día en que los espingorcios, en la voz autorizada del cuadrado y fuerte, iban a presentar el resultado de sus hallazgos en la Casa de los Sabios.

En la habitación de la Pensión Craterol el cuadrado y fuerte había trabajado con grandes sudores el texto de su discurso, durante unas cuantas noches. Había consultado y discutido con sus compañeros en numerosas ocasiones. Todos estuvieron por fin de acuerdo en que el texto final reflejaba bien los resultados de sus investigaciones.

La sesión era solemne y se hubieron de enfundar en sendos levitorcios que alquilaron en los GrandesAlparcenes por muchas más espinguetas de las que hubieran querido pagar. El cuadrado y fuerte detestaba el levitorcio, odiaba el empingorotado cuello blanco y el mariposón negro que le anudaba el cuello, pero «todo sea por la Superciercia» se había dicho a sí mismo con un suspiro tan fuerte como le había permitido aquella pechera que le apretaba como una coraza.

Entraron todos los sabios en la gran sala, sus rostros surcados por sabias interrogaciones sobre la Ciercia y la Curtura, pero con cierta esperanza iluminadora ante el discurso del cuadrado y fuerte. Éste había sido anunciado con el estimulante título LA SUPERCIERCIA Y SUS IMPLICACIONES EN LAS CURTURAS POSTCIERTÍFICAS y por eso todos habían acudido puntualmente.

Desde la tribuna, el cuadrado y fuerte aclaró su voz y comenzó con decisión:

«Estimados colerzas: Con razón ha dicho Kirchenberger en su famosa obra Die Weltmethodeder Hyperwirrenschaft: «Están por examinar profundamente las consecuencias postciertíficas de la Superciercia básica». Como sabéis, mis compañeros y yo, inspirados por la acertada sugerencia de Kirchenberger, salimos de Espingorña, tres años ha, con la finalidad principal de explorar los efectos de la Superciercia sobre las curturas postciertíficas del mundo entero.

»Graves peligros hubimos de arrostrar en el empeño, pero como Friedton Milkman ha afirmado certeramente: «There is nothing like a free lunch», es decir, en nuestro idioma llano y conciso, «Quien quiera peces, que se moje el tulo».

»Hoy día, hoy día, repito, ya tenemos la respuesta a nuestras preguntas de partida, y éstas son las que quiero exponer ante vosotros, siquiera parcialmente y en breves palabras.

»¿Cuáles eran nuestras preguntas de partida? Permitidme que os recuerde mi intervención en esta misma tribuna antes de partir hacia nuestra arriesgada empresa, evocándolas ordenadamente:

»a) ¿Qué es la Supérciercia?

»b) ¿Cuáles son los rasgos existenciales de las curturas postciertíficas?

»c) ¿Cuál es el impacto primordial de la Superciercia sobre la curtura postciertífica en general?

»La pregunta a) había sido examinada concierzudamente por Corkenheimer en los 22 volúmenes de su trabajo Grundzüge der Hyperwirrenschaft, pero él mismo acaba reconociendo al final de su magistral obra que «la falta de datos fidedignos sobre la Superciercia no permiten conclusiones indubitablemente avalatorias de los resultados expuestos en los volúmenes anteriores».

»Hoy, tras nuestro periplo, podemos afirmar algo más y con más certidumbre que nunca. Corkenheimer, queridos colerzas, no andaba lejos de la verdad. La Superciercia, sabemos hoy con seguridad, se halla en el límite imaginario de nuestra ciercia y constituye sin duda alguna la frontera inexprimable de nuestros asertos propiamente ciertíficos.

»El principal rasgo de las curturas postciertíficas en que los principales países del mundo se encuentran sumergidos, y con esto paso ya a la pregunta b) antes enunciada, constituye la búsqueda incesante de la Superciercia, más o menos inconscientemente, tarea que viene consumiendo también vuestros propios esfuerzos. En las arrugas de vuestros rostros mismos se pueden contar claramente las noches de desvelo en vuestro constante elucubrar camino de la Superciercia. Esas mismas arrugas las hemos encontrado a lo largo de nuestro prolongado periplo en contacto con los sabios de los diferentes países y en ellas hemos podido comprobar la justeza de la sentencia de Arpistófeles: «Ek tu zaumadsein erjeto o anzropos to filosofein».

»Y esto me lleva ya directamente a la tercera de mis cuestiones: ¿cuál es el impacto primordial, queridos colerzas, de la superciercia sobre las curturas postciertíficas? En realidad, ha habido ya mentes preclaras que, aun sin percatarse del todo exactamente en qué pudiera consistir la Superciercia, ya se habían aproximado a la actitud correcta respecto de ella. Ahí está, sin ir más lejos, el ejemplo de Wittystone, que con acierto sorprendente había concluido sus investigaciones ciertífícas con el valiente aserto con el que yo también quiero cerrar mis palabras ante vosotros: «Wovon man nicht sprechen kann, darüber muss man achweigen», es decir, con más claridad aún en nuestro idioma: «La mejor palabra es la que está por decir». Muchas gracias.»

Aplaudieron comedidamente los sabios. Se retiraron silenciosamente todos y nuestros espingorcios, con la satisfacción en su espíritu de haber cumplido su importante misión, se separaron para proseguir animosamente su existencia.