2 Por el territorio de los carpecios

Por el territorio de los carpecios

Nunca hubieran pensado nuestros cuatro valientes espingorcios que la aniquilación inmediata de los engendrigorcios pudiera resultar tan liviana. Bastó hacerles frente para que se esfumaran. Fue como el despertar de una horrible pesadilla. Los cuatro rieron con estridentes carcajorcios y, con sus espinguillos enlazados en amigable abrazo, continuaron su camino.

Amanecía, y el olor de la jara y el tomillo daba vida y frescura a los espingorcios en lo más profundo de sus entrejorcios. La tormenta de la noche anterior había dado paso a un cielo azul que alegraba su andar. El abismo que les había aterrado ayer se había convertido en un cantarín arroyo que corría jugueteando a su izquierda. Era un breve respiro en su accidentado viaje, que iban a necesitar muy seriamente. Se iban adentrando en el territorio de los carpecios, sus mortales enemigos de años sin cuenta. Los carpecios, con sus fieros aliados, los celorrios, constituían un serio desafío al valor de los espingorcios. Nunca se había oído que un espingorcio hubiera atravesado ileso el territorio carpecio. Los carpecios, con sus afilados colmatorrios, eran capaces de atravesar a los espingorcios de medio a medio en menos que canta un cacaláceo. Los cacaláceos, amigos de los carpecios, poblaban el aire del territorio carpecio donde comenzaban a adentrarse los espingorcios.

Ya se empezaba a notar que el aroma de los tomillos y las jaras se enturbiaba rápidamente con la nauseabunda peste a cacaláceo. El espingorcio primero fue quien, con olfato más penetrante, se apercibió de la cercanía de los cacaláceos. Y mirando al espingorcio segundo, no dijo nada. El espingorcio segundo, moreno y rubio, según se le mirase, inició su acostumbrado discurso:-¿Mmmmmmm?

El tercer espingorcio, bajo y rechoncho pero irascible, le dio un espinguillazo en los pirralcos, lo que hizo que el discurso iniciado del espingorcio segundo tomase repentinamente un sesgo inesperado:

¡¡¡Remoñobroooonnnn…!!! -dijo, agarrándose sus pirralcos, mientras se retorcía de dolor.

-¡¡¡Ya está bieeen!!!… ¡Y no digas palabrorcios! -dijo malhumorado el tercero.

El cuarto espingorcio, cuadrado y fuerte, interrumpió la discusión llevándose un espinguillo a sus mengorcios. Susurró:

-¿No oís a los cacaláceos de los carpecios? Su olor hediondo nos empieza a envolver. Deberíamos bordear este riachuelo para evitar que nos olfateen a nosotros, ¿no os parece?

Asintieron los otros tres espingorcios, pero fue demasiado tarde. Una nube de cacaláceos había levantado el vuelo y con sus estridentes gargarorcios trataban de avisar a los carpecios sobre la presencia de sus inveterados enemigos, los espingorcios.

-No habrá más remedio que luchar -dijo el espingorcio cuadrado y fuerte, oponiendo uno cualquiera de sus vértices en la dirección donde esperaban que se realizaría el ataque de los carpecios.

Los carpecios no tardaron en aparecer. Su rugido helaba la sapiburcia de los espingorcios en sus propias venas. Eran oscuros, delgados, tan delgados que se hacían invisibles al ponerse de perfil, dificultando así extraordinariamente la defensa de los espingorcios. Las carcajadas que emitían ensordecían los oídos de los espingorcios. Éstos decidieron iniciar un plan conjunto de ataque. Juntaron sus espinguillos, se pusieron horizontales sobre sus pirralcos e iniciaron una carrera vertiginosa al compás. Su idea era cortar en dos a cuantos carpecios atropellasen en su camino, estuvieran donde estuvieran. Los carpecios no esperaban aquella asturcia de los espingorcios. Su compacto escuadrón se vio diezmado en la primera pasada, y por todas partes empezó a dispersarse la viscosa y helada sapiburcia de los carpecios cortados en dos.

Los carpecios que sobrevivieron, totalmente desconcertados, se dieron a la fuga y, así, los espingorcios victoriosos pudieron pasar a través del territorio de los carpecios.