3 En el festín de los globulillos

En el festín de los globulillos

No todo podían ser desventuras y peligros en la odisea de los espingorcios. hacia su patria. Tras la lucha contra los carpecios, los espingorcios sabían que sus amigos, los globulillos, les esperaban tras la frontera de los carpecios. Eran los globulillos sus aliados de siempre, simples y redondos, con gustos sencillos y de gran fidelidad para con sus amigos. Su alegría era constante y estaban ansiando cualquier oportunidad para celebrar festejos que se prolongaban hasta altas horas de la noche y más allá, hasta el alborear del sol.

La súbita llegada de los espingorcios a su ciudad, cansados y maltrechos tras su accidentado paso por el terreno de los carpecios, fue como una señal para que toda la población se electrizase de alegría y regocijo.

Los globulillos rodaban, más que corrían, de un lado para otro, transmitiendo la noticia a los rincones más apartados de la villa.

-¡Festeta! ¡Festeta! ¡Mañana por la mañaneta! -gritaban con sus vocecillas redondas y blancas.

Su alegría les salía por los comisorcios de sus morretes. Los pequeños alborotaban muchísimo, pero los mayores, como embriagados con la pers-pectiva de poder gamberrear un día entero a la salud de los espingorcios, alborotaban con toda la potencia de que eran capaces.

A la alborada del día siguiente sonó un cohetorcio imponente lanzado por el globulillo mayor desde el balcorcio de la casa del pueblo. Era la señal usual para las festetas de rango. Globulillos y globulillas mayores, y aun los globulillos más pequeños, saltaron de sus esféricos camastrorcios en sus casas y se ataviaron con sus trajes típicos para lanzarse a la calle.

Nuestros espingorcios habían sido alojados en la casa del pueblo. Se sentían halagados, pero, justo es confesarlo, un poco escangallidos por lo precipitado de la festeta. Tenían fuertes agujetas en los espinguillos, tras la lucha y carrera a través de los carpecios. El espingorcio cuadrado y fuerte no había encontrado manera de encajarse para dormir en aquellos redondos camastrorcios que los globulillos usaban y había pasado una noche de cacaláceo. Por otra parte, los ronquircios que salían del camastrorcio en que el espingorcio bajo y rechoncho, con más suerte, había logrado arrellanarse cómodamente, le habían puesto de un humor de perros. Y ahora, a estas horas de la madrugada… ¡un cohetorcio que parecía un cañonazo! Empezaba a sentir una cierta antipatía por estos globulillos que parecían estar dispuestos a todo con tal de celebrar su festeta… Lo único que le reconcilió con la situación fue el haber contemplado cómo el espingorcio alto y delgado, que hacía unos minutos que había podido empezar a conciliar el sueño, al sonar el tremebundo cohetorcio de alta potencia de los animados globulillos, había dado un fenomenal respingorcio saltando del camastrorcio y vociferando:

-¡¡Al ataqueeee!!

Los globulillos se portaron bien con el desayuno. El hambre atrasada de los espingorcios fue saciada con redondos y sabrosos salchichorcios, huevos cocidos de patulillo, el ave doméstica de los globulillos, y naranjetas rellenas de agujeros, el plato nacional de los globulillos. Todo entre los globulillos era redondo, lo cual desagradaba especialmente al espingorcio cuadrado y fuerte, que hacía grandes esfuerzos por contener su ira.

Y confortados con el suculento desayuno, salieron los espingorcios con el globulillo mayor al balcorcio principal de la casa del pueblo. El espectáculo era impresionante. Globulillos y más globulillos. Cientos de miles de globulillos con enormes pancartocios en los que se leia:

¡¡¡¡VIVAN LOS ESPINGORCIOS, AUNQUE SEAN CUADRADOS!!!! ¡¡¡¡ESPINGORCIOS Sí, CARPECIOS NO!!!!

¡¡¡PINGORCIOS, ESPINGORCIOS, RA, RA, RA!!!

Unos grupos gritaban:

-Carpecio, escucha, el espingorcio está en la lucha!

Otros:

-¡Arriba, abajo, carpecios al trabajo!

Al ver aparecer a los espingorcios sonrientes en el balcorcio de la casa del pueblo, aplaudieron todos frenéticamente. Parecía como si sus redondeces fuesen a descentrarse por el entusiasmo. Otra cosa fue cuando el globulillo mayor, levantando uno de sus espinguillos hizo ademán de pedir silencio, con la evidente intención de hablar. Los globulillos de la derecha silbaron, los de la izquierda aplaudieron con frenesí. El globulillo mayor, sin inmutarse por la desigual acogida de su propósito de dirigirles un discurso, sacó del bolsorcio que llevaba a la bandolera unas arrugadas cuartillas y pronunció las siguientes palabras.