El discurso
-¡Respetados espingorcios, estimados globulillos y globulillas camarudos!
Al oirse llamar «camarudos», los globulillos de la izquierda expresaron con sus chillidos de aprobación un entusiasmo sin límites, mientras que los de la derecha comenzaron a armar un terrible estruendo por medio de sus trompelones, una especie de cuernos curvados que para estos efectos llevaban consigo.
Cuando el globulillo mayor, que miraba complacido el animado espectáculo, consideró que el ambiente iba calmándose, continuó:
-Es un honor para esta ciudad, de la que me enorgullezco como globulillo mayor, poder recibir y festejar a nuestros camarudos los espingorcios…
Al oírse de nuevo lo de «camarudos», la plaza volvió a llenarse de chillidos jubilosos y del ominoso sonido de los trompelones, que no auguraba nada bueno. Un buen rato pasó antes de que el globulillo mayor pudiera continuar:
-Es claro, y patente a todos, que tal honor nunca hubiera podido acaecerle a esta ciudad durante el mandato del anterior equipo municipal…
Parecía estar claro que al alcalde no le importaba un pito la interrupción constante de su discurso. Más bien su sonrisa malévola denotaba placer por la algarabía de trompelones que desataba. En algunos lugares de la gran plaza el monsergón de los trompelones se iba sustituyendo por los trompelotones que unos globulillos iban descargando sobre los que chillaban y reían de gozo por las palabras del globulillo mayor. El alcalde se esforzó esta vez con su voz, resoplando con fuerza sobre el altagritos que utilizaba:
-Es asimismo claro, y patente a todos, que tal honor es efecto del sistema popular democrobático que la izquierda unida de esta ciudad ha intentado, está intentando y seguirá intentando implantaren esta nuestra ciudad.
Acompañó las últimas palabras con un tímido alzado de su puño derecho, que bajó rápidamente a la vista del deteriorado espectáculo que sus ojos contemplaban. Los trompelones habían quedado arrumbados. Ahora eran los puñetones los que entraban en juego. Unas decenas de globulillos con casquetones encima de la cabeza y unos cachaborrios en las manos, los guardianes del orden, eran claramente insuficientes para impedir aquel descomunal desorden.
Después de un buen cuarto de hora de forcejeo bastante equilibrado, los globulillos de uno y otro bando optaron por sentarse en el suelo a descansar. El globulillo mayor dio por terminado su accidentado discurso y cedió el altagritos al espingorcio cuadrado y fuerte, que parecía ser el de más autoridad, para que dirigiese unas palabras a aquellas alborotadas gentes.
Globulillos de uno y otro bando aplaudieron con cortesía cuando el espingorcio se asomó al balaustrón del balcorcio municipal. Obviamente, guardaban sus entusiasmos y sus protestas hasta ver si aquel tipo estaba con los de la diestra o con los de la siniestra. El espingorcio cuadrado y fuerte habló por fin así:
-Glóbulos todos. La coyuntura de esta andadura pudo llevarnos a la sepultura. Los carpecios, desde el comienzo, nos colocaron en el trapecio. La disyuntiva de esta alternativa llegó a encogemos hasta la barriga. El equilibrio de nuestro empeño no ha sido nunca nada risueño. Los lazos de nuestros pueblos se estrecharán como arroyuelos.
Esta iniciación del solemne y poético discurso del espingorcio cuadrado y fuerte cogió un poco perplejos tanto a los globulillos de la diestra como a los de la siniestra. Pero al oír invocar los lazos de los pueblos prorrumpieron en artificiales aplausos, no muy bien enterados aún de qué parte se iba a decantar el discurso de aquel espingorcio. Éste, complacido por el efecto de su discurso, se decidió a continuar.
-La política de la economía no es lo mismo que la economía de la política. Es la sociedad quien decide, a través del sistema democrobático que los pueblos, cada uno en el grado adecuado a su taralante, deben desarrollar. Nosotros, espingorcios, nunca hemos actuado de otra manera de cara a nuestras realizaciones e intentos administrativos.
Lo abstracto de aquel discurso, lo prolongado de la sesión, las emociones tan fuertes a que el discurso del globulillo mayor les había sometido, todo esto colaboraba para que los globulillos se fueran cansando y empezaran a rebullirse en el suelo. El espingorcio cuadrado y fuerte, sensible a los movimientos del pueblo, decidió terminar.
-¡Glóbulos todos! Yo afirmo y prometo, porque puedo afirmar y prometer, que nuestro taralante, de cara al futuro, será, continuará siendo, el que en mis palabras os he señalado. Muchas gracias a todos.
Todos los globulillos se dieron por satisfechos y trataron de mostrar, tanto los de la derecha como los de la izquierda, un entusiasmo que a todas luces no correspondía ni al que internamente sentían ni al contenido del astuto discurso del espingorcio cuadrado y fuerte.
El globulillo mayor dio un gran abrazo al cuadrado y fuerte y a continuación invitó a todos los espingorcios a seguirle para presidir el resto de los festejos.