El partido
El globulillo mayor y los espingorcios se hicieron a la calle inmediatamente. Una amplia carrorcia les esperaba a la puerta de la casa del pueblo. Por el camino el alcalde levantaba la mano, o el puño, para saludar a los distintos grupos de globulillos que, desde la plaza del pueblo, parecían dirigirse todos en una misma dirección. Al tiempo, les iba explicando a los espingorcios:
-Tal vez, en Espingorña hayan oído hablar de nuestros partidos. Naturalmente me refiero, no a los partidos políticos, que esos son iguales en todas partes, sino a nuestros partidos de bastúrbol. Nos dirigimos ahora a nuestro gran pestadio de bastúrbol donde las dos grandes sociedades basturbolísticas de nuestra ciudad han preparado un partido en honor de ustedes.
Y así, levantando manos o puños, según la bandera del grupo de globulillos al que saludaba, el alcalde les fue disertando a nuestros espingorcios sobre la diversidad de equipos de bastúrbol en Globulandia.,sobre los beneficios políticos del bastúrbol, sobre los apaños económicos entre los diversos equipos y sobre las apuestas beneficobasturbolísticas en las que el alcalde tenía un especial interés.
Por fin, llegaron al pestadio. El espingorcio bajo y rechoncho se quedó con su morrete abierto de par en par al ver aquella construcción tan descomunalmente enorme. Era como el cráter de un volcán con dos agujeros en la esplanada central, alrededor de los cuales había un par de centenares de guardianes del orden con sus casquetones y cachaborrios. Otro agujero más pequeño, situado lateralmente, tenía también una decena de ellos alrededor. Globulillo mayor y espingorcios se colocaron en una grada de honor y pudieron ver entonces que todos los cientos de miles de globulillos y globulillas que habían estado tan activamente presentes en la plaza del pueblo se encontraban llenando las graderías del pestadio. Parecían haber cambiado las banderolas que habían enarbolado en la plaza del pueblo por otras distintas. A un lado de los espingorcios todo eran bandoleras verdes. Al otro lado, todas eran marrones. La pujante energía que demostraban sí que era la misma, pues, al aparecer el alcalde en su palcorcio, los gritos de entusiasmo y los abucheos que le prodigaron nada tenían que envidiar a los de la plaza mayor. Una circunstancia extraña no pasó desapercibida al espingorcio moreno y rubio, según se le mirase. Los gritos de entusiasmo y abucheo parecían estar igualmente repartidos tanto por la zona de las banderolas verdes como por la de las marrones, de donde dedujo que, al parecer, aquélla no era una clasificación política.
Al cabo de unos minutos se oyó un intenso murmullo, aplausos y gritos. De los agujeros centrales comenzaron a salir los jugadores, nueve de marrón, nueve de verde. Cuatro de cada equipo llevaban unos enormes bastonazos.
-Eso son los batones -les explicó el alcalde a los espingorcios.
Los otros cinco llevaban unos aparatosos cascos y sus cuerpos iban forrados con una especie de coraza.
Pasados unos segundos salieron del agujero lateral unos globulillos diminutos, vestidos de negro. Uno de ellos llevaba un trompelón en una mano y una especie de rosquilla enorme en la otra. Solemnemente, se dirigieron al centro del terreno donde se apiñaron todos los jugadores. Se oyó primero un gran abucheo general en el estadio, dedicado a todas luces a aquellos impasibles globulillos de negro. Luego, un gran silencio. La rosquilla, que al parecer era de plástico, se colocó en el centro del terreno.
-El arbelitro va a dar la señal para comenzar -explicó el alcalde.
El arbelitro sopló su trompelón y el espingorcio alto y delgado, que parecía más deportista que los otros, dio un salto en su asiento a la vista del espectáculo. Los dieciocho jugadores se lanzaron al rosco. Un revoltijo marrón y verde se organizó a su alrededor. Desde lo alto, aquello parecía un plato de albóndigas con guisantes. Los de los batones atizaban batonazos a diestra y siniestra. El peor parado en tal batiburrillo fue el pobre arbelitro, que iba menos protegido. Al recibir uno de aquellos batonazos, perdió su trompelón y al tratar de recuperarlo recibió una patada descomunal de una de aquellas bestias vestidas de marrón. Por fin se hizo con el trompelón, sacando fuerzas de flaqueza dio un débil resoplido en él y cayó al suelo desfallecido. Los jugadores marrones y verdes siguieron arreándose alrededor del rosco durante unos minutos más. Luego, al percatarse de que el arbelitro había caído, pararon aquel juego. Del agujero lateral salieron dos globulillos con una camilla y se llevaron a aquel arbelitro. Mientras tanto, se pudo ver alrededor del agujero de arbelitros un pequeño forcejeo. Cuatro globulillos empujaban hacia el centro a otro arbelitro de repuesto, que se resistía con uñas y dientes a ser llevado a aquella masacre. Por fm, entre los cuatro consiguieron arrastrarle al centro, uno de ellos sopló por él en su trompelón y allá le dejaron en medio de la barahúnda que se organizó de nuevo.
El espingorcio cuadrado y fuerte dijo en susurros al moreno y rubio:
-Yo preferiría pasar otra vez por los carpecios que arbelitrar esta salvajada.
Los aullidos de entusiasmo que se levantaban en las graderías eran indescriptibles. Un jugador marrón logró agarrar el rosco y, corriendo todo lo que su impedimenta le permitía, se lanzó hacia el extremo del terreno de juego, donde se veía una especie de poste horizontal colocado a alguna altura del suelo, por donde al parecer tenía que introducir el rosco. Rápidamente, un jugador verde le dio caza con su batón. El batonazo que le arreó hizo saltar al rosco por un lado, casco por otro y jugador marrón por un tercero. El arbelitro debió de juzgar que aquel golpe había sido desproporcionado para las circunstancias, pues sopló su trompelón, con la intención de parar el juego. De la zona verde de las graderías del pestadio se oyó un rugido unánime. Fue como el grito primordial de los cientos de miles de los hinchas verdes. Se vio a uno de ellos saltar al terreno de juego con su banderola y, sorteando a los guardianes del orden, se lanzó contra el arbelitro, asestándole un banderolazo que le dejó. tendido en el suelo. Los globulillos de la zona marrón se lanzaron en masa al campo. Los de la zona verde a continuación, y lo que allí ocurrió no soporta comparación alguna con las escaramuzas que se habían organizado hacía poco en la plaza mayor del pueblo.