9 La nueva Espingorña

La nueva Espingorña

Amanecía y el prado en el que nuestros espingorcios roncaban se iba poblando de gorjeos de pájaros que con curiosidad se les acercaban, para salir enseguida espantados de los ronquircios del bajo y rechoncho, particularmente potentes. Unas gordas y lentas vacorras se acercaron al prado para comenzar su habitual mascar y mascar y mascar… Se acercó una, toda ella negra, con sus grandes cuernazos al cuadrado y fuerte y, extrañada por aquella invasión de su verde, emitió en su oído un largo mugido de desaprobación:

-¡Muuuuuu … !

Nadie hubiera podido medir la velocidad de reacción del espingorcio:

. -¡Al ataqueeee … ! -gritó con toda su potencia, como si nunca hubiera estado dormido. Había pasado a su postura de guardia sin intermedio.

Al oír aquel mugido y el berrido de su compañero los otros espingorcios ya se dieron por fiambres. Por su parte, la vaca recibió tal impresión que aquel día no dio más que leche con burbujas amarillentas, ante la gran extrañeza del espingorcio vaquero. Éste se acercaba al prado y, al oír aquellos estrépitos, aceleró su paso. Los espingorcios ya se habían repuesto del sofocorcio que les había entrado. El vaquero los encontró retorciéndose de risa después de haber comprobado la causa de su susto.

-Pero bueno, ¿qué hacen ustés aquí espantándome las vacas? ¿Y cómo han venido ustés a parar a este sitio ande no asoma nunca naide?

El cuadrado y fuerte le explicó que acababan de llegar de un largo viaje, que se habían perdido, que estaban hambrientos y que querían llegar a la capital, guardándose muy mucho, por si acaso, de mencionar siquiera el incidente de la frontera…

-¿Y dice usté que tres años han andado por esos mundos de Dios? Pues, ¿sabe lo que le digo?, que tó esto lo van a encontrar pero que mu cambiao. Yo sé poco, pero tengo un sobrino que vive en la ciudad y de cuando en cuando viene acá y me cuenta…

Los espingorcios afilaron sus orejones.

-Tó, pero que mu cambiao. Allá, claro, en la ciudad, porque de aquí -dijo señalando a sus vacas que pastaban machacona y concienzudamente-, de aquí, poco ha cambiao y poco cambiará, gracias a Dios… Anda que allá…. hasta a las calles les andan cambiando los nombres. Que no les quiero decir a ustés el lío…

Que me dijo mi sobrino la última vez, me dijo, dice: «Tío, que aquello parecíaEngalaterra. Dos horas pa encontrar mi calle. Y luego que hasta los números los habían trastocao tós … ». Y yo le decía a mi sobrino, le dije, digo: «Bueno, … Eso sí que no lo entiendo, chico. Que las calles tienen nombres de personas de antes que por ahí, de repente no le gustan al alcalde, pero eso de los números sí que es de chinaos. ¿O es que por un casual los números pares andan metíos en política en la ciudad?».

Los espingorcios reían porque empezaban a intuir de qué se trataba. Las experiencias de su viaje les habían enseñado bastante.

-¿Y los buzones? -prosiguió el vaquero- anda que esa es otra. Que antes estaban de gris y de repente, tós de amarillo. Vamos, que digo yo que de gris servirían pa lo mismo, que si de tragar cartas se trataba, anda,… pues de gris las tragaban igual.

Un gran rato charló y comentó a gusto de los espingorcios, que no perdían detalle de cuanto decía el vaquero, hasta que una de las vacas salió corriendo y tras ella el vaquero, gritando:

-Ven acá, berreona, que te voy a moler a palos, no me te escapes…

El vaquero les había indicado a los espingorcios la dirección que habían de seguir. De sus mochilones sacaron unos buenos salchichorcios, de los que los globulillos les habían preparado en grandes cantidades. Hicieron un buen fuego y repusieron fuerzas, al tiempo que comentaban la información que el vaquero les había proporcionado.

-Es claro que algo serio ha ocurrido en Alpedrid -dijo el cuadrado y fuerte con un salchichorcio asomando por el morrete, lo cual hacía su voz absolutamente ininteligible.

Tuvo que repetirlo después de tragárselo. -Digo que algo serio ha ocurrido en Alpedrid

-Para decir eso daba lo mismo que lo dijeses con el salchichorcio en tu morrete -le dijo el moreno y rubio, aficionado a la tomadura de pelo, sobre todo ante un desayuno tan suculento.

El cuadrado y fuerte, más serio, no le hizo ni caso.

-Lo que se impone -prosiguió- es la prudencia. No hablar demasiado ni hacer declaraciones que nos puedan comprometer, antes de que sepamos con quién conviene comprometerse.

El bajo y rechoncho no entendía muy bien aquellas asturcias tan ajenas a su modo de ser, pero teniendo aquellos salchichorcios delante de sí tampoco les prestaba demasiada atención. Después de terminar con los salchichorcios se pusieron en marcha. Iban contentos de estar en su tierra, pero un poco dubitativos sobre la situación que se traslucía de los datos del vaquero. No entendían del todo bien qué era lo que deberían hacer en los próximos días. Era claro que su llegada a Alpedrid sería sonada, pues ya los preparativos de su viaje, tres años atrás, habían levantado tanto revuelo, que tendrían que hacer declaraciones, que serían invitados a muchos actos importantes, que tendrían que hablar… ¿Cómo salir de semejantes apuros?