Vigencia del pitagorismo

 

VIGENCIA DEL PITAGORISMO.

La estela dael pitagorismo en la historia del pensamiento científico es incomparablemente más brillante y duradera que la de cualquier otro movimiento. La fe pitagórica en la tarea humana de entender el cosmos es la misma que ha inspirado toda la actividad científica a lo largo de más de 25 siglos. Es llamativo observar cómo a través de un período tan dilatado las armonías del cosmos que impresionaron tan hondamente a Pitágoras y a sus discípulos han sido capaces de seguir admirando y atrayendo la capacidad contemplativa de los hombres de tantas épocas distintas. Pitágoras se apoyó en el sentimiento religioso de la época para constituir una síntesis científico-religiosa de una gran capacidad de pervivencia. Platón, con su profundidad filosófica y su incomparable sensibilidad estética se hizo vehículo de transmisión de una gran porción del núcleo de pensamiento pitagórico. El espíritu pitagórico, incluso con fervores que emulan los de las primitivas comunidades griegas, ha aparecido en momentos y personas que representan verdaderos puntos de cambio de rumbo en la evolución del pensamiento científico. Se puede pensar por ejemplo en Kepler, con su Mysterium Cosmographicum y su Harmonice Mundi o en Leibniz con su idea de la Characteristica Universalis.

En nuestros días, la confianza pitagórica en nuestra capacidad para explorar y entender el universo es algo tan inmerso en el método científico que quien la explicita, la pondera, se maravilla de ella y trata de explicársela, corre peligro de aparecer como un iluminado. Las posturas y explicaciones ante el hecho de la adecuación de las estructuras mentales del científico con la realidad exterior a la que se aplican pueden ser diferentes (compárese Bourbaki en L´Architecture des Mathematiques, E.P. Wigner en The Unreasonable Efectiveness of Mathematics in the Natural Sciences, J. von Neumann en The Mathematician) pero todas ellas pasan por la afirmación de tal acuerdo.

Tampoco faltan en nuestros días voces influyentes que quisieran asignar a la matemática un papel más profundo, en cierto modo semejante al que el pitagorismo le señalaba. En 1973 le fue concedida al matemático soviético I.R. Shafarevich el premio Heinemann, por la Academia de Ciencias de Göttingen, por el valor de su investigación matemática. Con tal motivo pronunció un discurso interesante titulado «Sobre ciertas tendencias en el desarrollo de la matemática», publicado en ruso y en alemán en Jahrbuch der Akademie der Wissenschaften in Göttingen 1973, 37-42, y más tarde traducido al inglés en The Mathematical Intelligencer (1981) 3, 182-184. En él Shafarevich después de argumentar que el objetivo último que justifica la actividad matemática no puede encontrarse en su mera aplicabilidad, se remonta a los pitagóricos con las siguientes palabras:

«La matemática como ciencia nació en el siglo VI a. de C. en la comunidad religiosa de los pitagóricos y fue parte de esta religión. Su propósito estaba bien claro. Revelando la armonía del mundo expresada en la armonía de los números proporcionaba un sendero hacia una unión con lo divino. Fue este objetivo elevado el que en aquel tiempo proporcionó las fuerzas necesarias para un logro científico del que en principio no puede darse parangón. Lo que estaba involucrado no era el descubrimiento de un bello teorema ni la creación de una nueva rama de la matemática, sino la creación misma de las matemáticas.

Entonces, casi en el momento de su nacimiento habían aparecido ya aquellas propiedades de la matemática gracias a las cuales las tendencias humanas generales se manifiestan más claramente que en ninguna otra parte. Esta es precisamente la razón por la que en aquel tiempo las matemáticas sirvieron como modelo para el desarrollo de los principios fundamentales de la ciencia deductiva.

En conclusión quiero expresar la esperanza de que por esta misma razón la matemática ahora pueda servir como modelo para la solución del problema fundamental de nuestro tiempo: revelar un supremo objetivo y propósito religiosos para la actividad cultural humana».

Quede ahí la sugerencia de Shafarevich. Con quien ciertamente no se puede menos de estar de acuerdo es con A.N. Whitehead, que cierra así su capítulo sobre la matemática en la historia del pensamiento en su obra Ciencia y el Mundo Moderno:
«Verdaderamente Pitágoras, con su fundación de la filosofía europea y de la matemática europea, la dotó con la más afortunada de las conjeturas ¿o acaso fue un resplandor de genio divino que penetró hasta la naturaleza más íntima de las cosas?».