Es apropiada una reflexión sobre la enseñanza a distancia mediante la tecnología. Uno recurre a ella en estos días de dificultad, y por supuesto celebra tener con qué salvar un curso que se habría quedado en nada, sobre todo en formación. Los medios técnicos son buenos y hay que saber recurrir a ellos aunque sea extenuante, porque atender las consultas y la evaluación de 60 estudiantes de manera telemática estrictamente individualizada es exigente. Pero en estos tiempos extraordinarios, ese esfuerzo es banal comparado con el de muchas gentes que sí, sí que hacen esfuerzos extraordinarios. Como decía, celebremos la tecnología.
Sin embargo, evitemos a los mesías de la enseñanza virtual que la anuncian como el paraíso futuro. Aunque procuro no oirlos, a veces me llegan ecos de sus palabras desde tribunas de privilegio: es pavoroso imaginar que podamos acabar en ese paraíso. Pero no voy a rebatir aquí ese mensaje, mejor leer El lujo de la interacción humana, de Nuccio Ordine, cuyo mensaje principal hago mío: los profesores y los alumnos necesitamos el aula.
He empezado celebrando la tecnología, y no me desdigo, pero quiero volver al aula para hablar a mi alumnos, con la voz y el gesto, y con las tizas de arcilla blanca en pizarras negras. Añoro eso! Sin embargo, cuando vuelva, no quiero ser el mismo profesor que era. Estos días, disfrutando de la docencia telemática, me he comunicado mucho más con mis alumnos, con cada uno casi todos los días. Yo creía que hablaba mucho con ellos… veo que no tanto, no tanto! Y me lo ha mostrado el correo electrónico al que estoy anclado muchas horas todos los días.
Así que lo que quisiera en la tan mentada nueva normalidad que se avecina es recuperar el aula que añoro sin perder la intensidad de comunicación experimentada estos últimos meses. Y seguro que en persona es más productivo con menos horas que por correo electrónico…
Mas librémonos de los mesías de la enseñanza virtual.